Estamos diseñadas para permanecer siempre húmedas y para corrernos tantas veces como sea necesario.
Nos utilizan sin darnos la más mínima importancia.
A veces somos el último refugio sobre el que un ser anodino es capaz de aplicar un toque extravagante, chic o sofisticado a su triste y aburrida vida.
Tras de nosotras se han producido escenas de auténtico pánico y hay quien ya no soporta ignorar qué escondemos y le urge corrernos esperando encontrarse con una rubia acuchillada —en blanco y negro— y una música estridente de fondo mientras nos arrastra a un charco de agua, sangre y lágrimas.
En justa venganza, hemos decidido vendernos en una sola medida estándar y hasta con un doble visillo semitransparente y completamente inútil salvo para adherirnos a los cuerpos desnudos con más asco que lascivia.
La de la mochila azul
(Al alumnado del taller de microrrelatos DeSgenerados;
sobre todo a Pilar Jódar, por la idea plagiada)
Yo no soy de la misma opinión que el resto del claustro y el consejo escolar de que seas una histérica histérica histérica porque sabes que yo estoy aquí para ayudarte histérica histérica histérica y no cuestiono tu profesionalidad histérica histérica histérica y no creo que te pongas a la defensiva histérica histérica histérica porque tengas miedo a lo que piensen de ti histérica histérica histérica y mucho menos que tengas que ser como una madre para todos histérica histérica histérica pero si quieres yo puedo ser tu papi, mamacita histérica histérica histérica y sacas la regla y tú haces de Directora histérica histérica histérica que por algo te metiste a estudiar una carrera histérica histérica histérica y yo me pongo la faldita de colegiala y me regañas como tiene que ser y no, como piensan los demás, como una histérica.
Con él, sin ella
"Cada palabra es una franja, un barrote; pero nunca hay,
ni habrá, suficientes palabras para hacer la reja".
(Henry Miller, Trópico de Cáncer)
Con él. El tabaco al alcance de la mano. Sin ella. La copa también; quizá la primera, no sé, no recuerdo en este momento, seguramente porque no es la primera. Algo seguro (por fin!): no es la última.
Un apartamento en el Sur y tres mujeres (una de ellas parte de otra. Parte del verbo parir, no partir, no pedazo) que eran dos.
Tabaco, vino, apartamento, música, tabaco, vino, una mujer, apartamento, música, otra mujer. Silencio (se rueda!), tabaco, una chupa, dos, tres, y esa otra mujer, chupa, tabaco, música, vino, apartamento, silencio (cámara, acción!), cerca y lejos, más cerca, cada vez más lejos, y, cómo no, sexo, vino rosa, tabaco amarillo, sexo negro, apartamento blanco, música azul, sangre roja.
Un apartamento en el Sur, ninguna mujer. Un solo hombre mojando una y otra vez una chupa, dos, tres en la sangre de una, dos, tres mujeres
Ojalá
Cuentan —pero Alah es más sabio— que viajó por la ruta de la seda, llegó a remotas y legendarias ciudades, conoció gentes de costumbres distintas y escuchó de sus voces relatos populares y tradicionales que fueron transmitidos oralmente de una generación a otra y que, hasta aquel entonces, nadie se había ocupado de compilarlos en papel. Ahora tocaba ordenarlo, pulirlos como buen escriba, añadirles algún grabado que ayudara y sirviera como reclamo e introducción para la gente que no manejaba el noble arte de la gramática.
Cuando lo llevó a la madraza para que los amanuenses empezaran con su labor de transcripción, el que fungía como maestro por su dilatada experiencia le aconsejó que, si deseaba que la recopilación fuera propagada más allá de las fronteras, debería pensar en cambiarle el título y hacer copias aljamiadas. Creía firmemente en la inspiración divina —pero Alah es más sabio, más prudente, más poderoso y más benéfico—, por eso se empeñaba en que conservara el original, el primero que le vino a la mente: Los cuentos de 2 años, 9 meses y 1 día. El de Cuentos de las 1001 noches se le antojaba demasiado comercial, y no le veía futuro.
Causas y efectos
No hay mal que por bien no venga.
En el colegio era el gafapastas y después fui un nerd. Pasé de rarito a friki.
Como no me elegían para jugar al futbol en el recreo me enclaustré en el garaje del adosado de mis padres hasta convertirme en experto informático.
Gracias a eso me hice rico invirtiendo en las puntocom, compré un chalecito y disfruté hasta que estallaron las burbujas tecnológica e inmobiliaria.
Ahora escribo a mano encerrado en este almacén sin paredes que me empeño en llamar loft.
No hay hipoteca a cien años ni cuerpo que la resista.
Portero automático
Quizá sea un síntoma de vejez, pero recuerdo cuando éramos imprescindibles para franquear el paso a quien quisiera subir a un apartamento del edificio.
—Pasa, querida. Qué invento, ¿verdad? Lo siento mucho por Arturo, pero el pobre ya no daba pie con bola. Pero no creas, se le echa de menos. Esta mañana, sin ir más lejos, se rompió otra vez el bajante… con lo mañoso que era para estas cosas.
Nos sumaron un adjetivo moderno y pasamos a ser antigüedades.
—Yo echo de menos el buenos días cuando vengo a tu piso, pero a todo se acostumbra una.
CARLOS DE LA FÉ
Ha publicado la Antología del Microrrelato en Canarias (Las Palmas de Gran Canaria, Anroart, 2009) y el libro de relatos Maldito Vicio (Editorial Nazarí, Granada, 2013), y La Cofradía de la Luz de Gas (Premio de novela Francisco González Díaz, Las Palmas de Gran Canaria, Anroart, 2013). Ha sido antologado en Alquimia de fuego (Amagord Editorial, Madrid, 2014) y en el libro Leyendas de Ediciones Osiris/La Cesta de las Palabras y en 201. Lado B. (Altazor, Lima, 2014). Fue ganador y finalista en el I Concurso de Microrrelato de Amnistía Internacional (2011), y finalista en el I Concurso de Cuentos Voz Hispana de la Editorial Mar en proa; en el I Concurso de Relato Breve de la Asociación Solidaria “Pepita López” y en el Certamen Internacional de Relatos “Reino de Tartessos”.