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7 microrrelatos 7
Elías Moro
TUERTO
Poco después del accidente en el que perdió el ojo empezó a olvidarse de la mitad de las cosas que había visto hasta entonces, a no tenerlas en cuenta, a perderlas de vista, como si dijéramos.
De sus dos hijos solo se acordaba de uno, a su mujer la reconocía de frente pero no de espaldas, jugaba al fútbol con la mitad del equipo, se extraviaba de continuo por el barrio que antes del accidente hubiera podido recorrer con los ojos cerrados…
Los médicos se echan las manos a la cabeza sin encontrar explicación al fenómeno.
Tampoco el ojo de cristal ‒última tecnología alemana‒ ha servido para nada.
De vez en cuando, sin que nadie lo vea, el ojo bueno llora su desgracia con lágrimas que añoran a sus hermanas del otro lado, perdidas para siempre.
ALMOHADA
Tengo frío. Desde que ella no está, echo en falta su calor, su abrazo, su perfume.
Cuando él me asfixia o me golpea, según su sueño o su rabia, tengo frío. Mucho.
Y me horroriza esta funda negra que parece una mortaja para el luto de su ausencia.
EXTINCIÓN
El día en que las moscas del vinagre supieron (tras sufrir una extraña mutación que las dotó de conciencia) que compartían gran parte de su código genético con el ser humano, empezaron a matarse unas a otras.
TOALLAS
‒Un cierto olor a moho ha empezado a adueñarse de mi superficie. Hace días que voy de mano en mano sin consideración alguna y, entre sudores de unos y humedades de otras, mi elegante aroma a lavanda ha desaparecido por completo. Yo, que hasta hace nada era tersa y suave como una caricia, he llegado a un estado deplorable de lasitud y abandono. Tengo la horrible sensación de que en esta casa todo el mundo me falta al respeto, de ser usada como si mi vida les importase un pimiento. Incluso vosotras, que os decís mis amigas y con las que estoy todo el día de palique, me rehuís sin disimulo, con un mohín de asco.
Ayer, sin ir más lejos, y ante mi ya lamentable aspecto, fui usada para lo más bajo que se puede caer dentro de nuestro gremio: para secarse los pies.
‒La verdad, no sé de qué te quejas, ‒le dijo con vocecita infantil su colega del bidé; si yo te contara…
CASA DE SALUD
Te quiero locamente.
Con locura, te quiero.
Me tienes loco, loco, loco de remate.
Perdóname, no sé decírtelo de otra manera.
Pero es que estando en el manicomio, ya me dirás cómo si no.
COLLAR
Estoy a punto de cumplir mi condena, lo intuyo. La niña ronda más que de costumbre por la alcoba cerrada desde entonces desordenando armarios y revolviendo cajones, destripando joyeros.
Con tal afán indagatorio, es de esperar que dentro de poco descubra este oscuro rincón en el que languidezco desde hace años criando rencor y ansias de venganza.
Tiene un cuello precioso. Tierno y delicado, como a mí me gustan. Me recuerda al de su madre, que en paz descanse.
Creo que le podré dar al menos un par de vueltas completas a su alrededor antes de empezar a apretar.
NOVIAZGO
Lo que más me gusta de ella es su elegancia, su gracilidad, esa manera casi etérea de moverse a mi alrededor, atenta a mis miradas de deseo en ese ir y venir que me provoca y me enaltece.
Hace apenas unos días que nos conocemos, pero no me canso de su compañía, de sus ganas de jugar conmigo continuamente.
Si mi novia hubiera sido como esta mariposa, aún seguiríamos juntos.
Elías Moro
(Madrid, 1959). Reside en Mérida desde 1982. Es autor de los libros de poemas Contrabando (Editora Regional de Extremadura, 1987), Casi humanos [bestiario] (Germanía, 2001), La tabla del 3 (de la luna libros, 2004), Abrazos (Escuela de Arte de Mérida, 2006), la antología En piel y huesos (ERE, 2009) y Hay un rastro (de la luna libros, 2015). En prosa ha publicado el libro de relatos Óbitos súbitos (ERE, 2010), el volumen de textos breves Me acuerdo (2009), el dietario El juego de la taba (2010), ambos en Calambur, 99 morerías (autoedición, 2011) y Manga por hombro, una selección de entradas de su blog (La Isla de Siltolá, 2103). Acaba de publicar el volumen de aforismos Algo que perder, también en La Isla de Siltolá. Desde 2010 mantiene el blog El juego de la taba