Ocho micros de Elisa de Armas


Garimpeiro

Gustaba el pastor de alabar las gracias de su joven esposa, entre las que destacaba una rubia y abundante cabellera.
─No hay diosa en el Olimpo cuyos rizos puedan compararse a los tuyos─ alardeó un día mientras se bañaban juntos en el río.
Enfurecida al oírlo, la dorada Afrodita convirtió en oro macizo la melena y la muchacha fue arrastrada a lo más profundo del lecho.
Desde entonces su amado cierne las aguas en su busca y, en su afán, no atrapa más que rayos de sol, que escapan a través de la malla.


Límites

Es cuestión de constancia. Basta con recortarles las puntas doradas de las alas. No se les causa daño, ni se les condena a la inmovilidad, simplemente se reduce el alcance de su vuelo para poder mantenerlas siempre a tiro. Y sí, es cierto que pierden lo vistoso del plumaje, pero no se preocupe, con el tiempo volverá usted a dejarlo crecer a su libre albedrío. Cuando las haya sujetado la costumbre.


Travestidos

Me equivoqué al pensar que este pellejo lanudo y demasiado estrecho me ayudaría a sobrevivir. Al ataque constante de mis verdaderos congéneres, se suma el hostigamiento de quienes deberían ser mis hermanos de adopción: hoy en día, todo cordero que se precie luce una correosa piel de lobo.


Planes

Harto de ir tras él buscándole alternativa a sus fracasos, el B desbarató al A de una certera puñalada en la espalda.


Penélope

Las urgencias de los jóvenes pretendientes la dejaron siempre insatisfecha. Por eso cada noche convoca a Laertes para comprobar las medidas del sudario. Pero es ella la que se envuelve en él, inmóvil como una muerta. Y es el anciano quien tira del hilo y lo desbarata mientras la lengua y los labios de su boca sin dientes se demoran al recorrer la dulce piel que va quedando al descubierto.


Los cuatro palos

Renunció a escribir la carta de suicidio. Bastaba con  guardar en los bolsillos las otras tres: la de despido, la de desahucio, la de ruptura.


Obra inédita

Cada vez que termina un poema pliega el papel, forma una pajarita y la arroja por la ventana. Casi todas terminan en el suelo, arrugadas y polvorientas. Solo algunas, las portadoras de auténtica poesía, agitan las alas y se pierden en el horizonte. Ninguna regresa.


Soledad

Lo despertó un rayo de sol que se filtraba entre las cortinas. Era la segunda noche que dormía de un tirón, sin tener que llamar a mamá. De rodillas junto a la cama, apartó los faldones de la colcha y se quedó mirando el suelo deshabitado en el que bailaban algunas pelusas. No tuvo más remedio que aceptar, con desconsuelo, que el monstruo se había ido para no volver.


Elisa de Armas nació en Sevilla (España), donde se licenció en Geografía e Historia. Es profesora de Lengua y Literatura en un instituto de secundaria. Buscando claves para enseñar a redactar a sus alumnos, se inscribió en un taller de narrativa, y allí se inició su pasión por el microrrelato. Ganó el concurso Caperucita Roja en Tiempos de Twitter (convocado por el sitio argentino Cuentos y más) y el IX Certamen de Microcuento Fantástico miNatura 2011. Algunos de sus textos han sido publicados en Historias de las historias (Ediciones del Ermitaño, 2011), Cien fictimínimos. Microrrelatario de Ficticia (Ficticia, 2012), De antología, la logia del microrrelato (Talentura, 2013), así como en otras publicaciones digitales o en papel. Desde febrero de 2009 mantiene el blog Pativanesca (http://pativanesca.blogspot.com). En diciembre de 2010 recaló en la Marina, taller de minificciones de Ficticia (http://www.ficticia.com/marina.php), donde participa asiduamente.




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