Cristian Cano, escritor argentino, afirma que “escribir en una parte esencial de mi vida”. Finalista del XV premio Sexto Continente 2014 de ciencia ficción, de Ediciones Irreverentes. Publica gran parte de lo que escribe en su blog Microficcionería, como también en las revistas Axxón, Planetas Prohibidos, Delirium tremens, Qu literatura, Monolito, Literatura Virtual y otras. Ha publicado los libros Los paranoicos (Textos Intrusos), Mano dura (Pelos de Punta), En el bar de la esquina (Tahiel ediciones), Hechiceros del cosmos (Tahiel ediciones), El diálogo nos amontona (Dunken), Sueños dirigidos (Dunken), Futbol en breve (Puerta abierta editores), Entrelazados (Dunken),
Los cielos interiores (Tahiel ediciones), Primeros
exiliados (Tahiel ediciones) y Letras del face (Dunken).
El árbol viejo
El viento tironea del árbol y es como una guerra, pero una que sólo él entiende. La vive. ¿La sufre? ¿O es su lucha necesaria? A veces sospecho que está enojado y que hace todo ese lío porque no se tolera. Me recuerda a cuando éramos chicos y nos arrancábamos los pelos.
Revelación
Carmine despolariza la panorámica principal, y desnudando lento aparece la oscuridad absoluta. Hipnótica. Después nos miramos, porque es definitivo contemplar un evento así: Ter-gom avanza hacia el acrílico, y lo toca. Lo toca porque niega la profundidad. Repite que no puede ser, hasta que repentina nos dice de esa única negrura aberrante, que es un poco como la muerte.
Lectura verdad
Leyendo la novela “El vuelo de la reina”, de Tomás Eloy Martines, me di cuenta de lo alejado que puede estar una persona, de la capacidad de construir, de querer y de amar… mientras cree que está amando y haciendo lo correcto. Camargo, el dueño del diario y auto-convencido dueño del amor de su pareja, deviene en desesperación y fatalidad a pesar de discernir un posible y trágico desenlace. Eso, dejando de lado lo obsesivo (increíble).
En un momento particular de mi vida, me vi reflejado, muy de cerca, en la novela. No por parecerme al desdeñable personaje, sino, por comprender que el amor puede llevar a la muerte.
Misterios
Escribir es tu salvación, es patear las puertas del misterio para preguntarnos: sucede que te encontrás al monstruo. Sabé que sus cuestionamientos son la fuente, y que sus preguntas siempre nos convocan. Tenés que domesticarlo.
El filo de la lanza
Cuando hacía calor me escapaba del colegio para ir al árbol, porque tenía linda sombra. Me quedaba a escuchar los pájaros. Me gustaban los pájaros. Entre sueños, vivía en el tronco, y los gorriones me venían a ver. Un día empecé a entender lo que se decían: los gorriones son gallardos, y a nadie le importa. Con ellos aprendí mucho, hasta que una tarde vi una ratonerita lastimada que se arrastraba, y sentí un pinchazo en el corazón, un pinchazo que se siente cuando un corazón es machacado entre dos piedras. No me atreví a ir más. Ahora no me acerco a los árboles.
¡Fuego!
—Estoy pensando en otros tiempos, y no hubo matanza, lo sé porque si la hubiera habido me lo habrían dicho.
—No soy quien para valorar eso, señor —dijo el soldado que formaba a su lado—. ¡Preparen armas!
—Si me fusila me otorga esa nueva oportunidad, ¡y en ese tiempo hará mucho que la sangre ya habrá desaparecido!
—¡No confundan! Sufre de naturalidad fingida. ¡Apunten!
—¡Pero me amaron! —le agarró las manos—. Llevo un germen bueno... ¡Eva me amó!
La caseta negra
Descubrimos la caseta volviendo a casa un fin de semana en el que Rodrigo quiso ir a disparar las escopetas al campo. Estaba abandonada y tapada de yuyos. Mi primo la abrió con una patada en la puerta, que se desmoronó en una nube de polvo. Lo Conocía muy bien a Rodrigo y les aseguro nunca haberle visto una expresión así. Le pregunté qué estaba mirando, pero no me contestó. Ahí fue cuando la vi: una sombra renegrida le agarró la pierna y lo arrastró para adentro. Salí corriendo. Tampoco me acuerdo de los gritos y sus pedidos de auxilio, porque ese lugar lo ocupa un silencio anormal. Todavía guardo su arma. También las ganas de volver.