La primacía de la sensualidad


E. López Medina, 69 aforismos porno y 96 aforismos antisexistas. Libros al Albur, Sevilla, 2016.

Como Sheldon Cooper, el síndrome de Asperger más famoso de la televisión, Emilio López Medina es tan inocente que ha tardado en descubrir que el sexo es la variante fundamental para condicionar la conducta ajena. Digo esto porque, aunque Emilio no se engríe como el protagonista de The Big Bang Theory, sino que es un tipo modesto, le supongo alguna ambición literaria y cierto interés por llegar al gran público con su última colección de aforismos: 69 aforismos porno y 96 aforismos antisexistas (Libros al Albur, Sevilla 2016).

La serie que más me ha gustado es la de aforismos porno. Los aforismos de Emilio son cortos pero densos, dan mucho que pensar, estimulan la creatividad; así, sobre el aforismo 2, se me ocurre y escribo:

Placer, misterioso forastero,
sospechoso en medio de tanto dolor,
pues con los años pisa cada vez menos
bares de mi ciudad, templos y museos.

Aclaro que esa “ciudad” a la que me refiero en la cuarteta es tanto la ciudad del alma, como la del cuerpo y  espíritu, una ciudad con muchos barrios que no coinciden con esa división, ya que espíritu, alma y cuerpo se distribuyen igual por la City que por sus plazas populares y sus arrabales, algunos no de buen tono, pues placeres también los hay de muchas clases, y creo que casi todos, menos tal vez los puramente intelectuales, disminuyen con la edad.

Esto de que los placeres intelectuales son los más continuos e inocuos ya lo sabía Aristóteles, pero habría también que hacer una salvedad: los placeres de la inteligencia, o de la sensibilidad inteligente, o de la inteligencia sintiente son siempre los más firmes, si la erosión del tiempo no empieza por atacar la sesera haciendo mella en sus neurotransmisores. De hecho, a la edad del abuelo “poco dormir y mucho gruñir”, aunque creo que uno –si no está demasiado atosigado por achaques o muestra suficiente insensibilidad ante el dolor– puede también decidir mejor convertirse en un anciano bonachón, antes que en un viejo gruñón. O en un viejo verde: “El viejo le diría a la joven: Ábreme tus piernas; yo te abriré la mente” (10). Eso, si es un viejo sabio como Emilio, porque también hay viejos tontos, e incluso viejos gruñones y tontos, más raros los viejos gruñones y listos.

Emilio antes tira para bonachón, o para jovial, como el tono de muchos de sus aforismos. Incluso cuando reza se torna jovial: “Dios mío, el deseo de cada día dánoslo hoy… Una pasión, por favor, aunque sea morbosa”. Cuando uno oye esto, se acuerda de Machado: "Aguda espina dorada / ¡quién te volviera a sentir en el corazón clavada!" (cito de memoria). Es bastante patética la condición de nuestra especie, ese misterioso deseo de vivir, aun una vida dura, indigna, o condenada al sufrimiento. Parece que deseemos sentir de todos modos, antes que no sentir nada. Y es que hasta el dolor tiene arrugas, refinamientos y sofisticaciones que conducen al placer; si no, que se lo digan a Michel Foucault y a los amigos del BDSM, las experiencias límite o los “deportes” de riesgo.

Hedonistas contumaces nos retrata Emilio a les humanes (sic). Incluso si deseamos morir es porque no le damos a nuestro cuerpo (¡tampoco al alma y al espíritu, Emilio!) su ración diaria de placer. Hedonismo teórico. No espere nadie mucha excitación sexual de estos pornoaforismos, mas sí algunas reflexiones de enjundia, por ejemplo, sobre la obscenidad, esa categoría estética que rara vez sabe el pornógrafo captar en sus obras y que, la mayoría de las veces, ni siquiera es pornográfica (1):

 “La obscenidad (2) –escribe Emilio–, la práctica de la obscenidad en la relación sexual, es una forma de rebeldía: es la resistencia que hacen algunos al hecho de que el espiritualismo rechace el lado zoológico de la humanidad. En este sentido, la obscenidad es, paradójicamente, una forma de espiritualidad inversa, pero más certera: es la espiritualidad que no ignora, sino que asume, la otra parte de la vida, la biológica”.

¡Sobresaliente! (El subrayado es mío).

Caben también en las páginas de este librillo algunas exaltaciones del poderío femenino in sermo vulgaris: “Y es que las mujeres follan como comen (o comen como follan): es decir, parece que no, pero al final comen más y mejor que el hombre”. Y se pliega al aspecto, digamos altruista, del castizo hedonismo humano: “Hay más placer en llevar a alguien al placer que sintiéndolo directamente”. Cierto. Incluso pervertir es el colmo del hedonismo perverso. No sé si resulta políticamente correcto anotar que “Finalmente el hombre descubre que está casado con un hombre, sólo que con el aparato sexual invertido. Esto no le ocurre a la mujer… Adversus machistas”. Reconozco que no he comprendido bien la última frase. Si fuera mujer tal vez me resultaría machista el adjetivo “invertido”. Yo habría escrito “oculto” (3).

A Emilio le resulta adecuado que “coño” sea masculino y “polla” femenino, en el caso de esta última anota con gracia: “ese cascabeleo, ese bamboleo bailarín en estado de flaccidez, puramente femenino…, o , si en estado de erección, esa soberbia que rápidamente muda de estado, condición y convicción”. Más discutible me parece que la masculinidad le venga al nombre vulgar del sexo femenino por ser el varón “serio, oscuro, enigmático, profundo”. En general, he de decir que mis amigas me parecen más serias, oscuras, enigmáticas y profundas que la mayoría de mis amigos, gracias a Dios, que de tan serios, eso sí, se toman como un drama personal los resultados de la Liga de fútbol.

No resulta patético, aunque sí muy realista, constatar que “antes se olvidan las sensaciones que los sentimientos”. Pero sí resulta poético afirmar que “en el amor y su hacer el cuerpo está desnudo, pero el alma tiene siete velos”, o que “la tragedia se disipa cuando la sensualidad vuelve a recibir su tajada”.

Por su parte, los 96 aforismos antisexistas son menos cachondos y más sombríos. A burlaveras, Emilio parece hacer el ejercicio –quizás muy práctico– de desterrar las alusiones sexistas del lenguaje, usando la "e" como morfema neutro. Ejemplos: “Nadie es guape o fee: depende del ángulo”; “En contra de la opinión más extendida, considero que creer en otre individue es creer en une misme.” A propósito de este último aforismo, comento que lo mismo se podría decir a contrario del malicioso: que descree de los demás porque se sabe malo. Trágico y triste es, desde luego que sea “más fácil acceder al amor de une persone cuando no le amamos”.

De toda esta segunda parte del librito también podría decirse que es una chanza de ese lenguaje gilipollas que nos quieren imponer los modernos meapilas del progresismo, que nos obligan –coletazos de temperamento inquisitorial– a escribir “compañer@s” o “compañerxs”, etc., pero no periodistas y periodistos, poetos, atletos, justicio, etc. (parafraseo hasta aquí al autor y añado ejemplos de mi cosecha). En definitiva, Emilio se guasea con educación manifiesta de la tonta manía de coger el rábano por las hojas de la arroba.

Muchos de los aforismos de Emilio sobre el matrimonio me resultan extraños o discutibles, quizá porque a ese respecto hayamos tenido experiencias diferentes, no lo sé, ya que, como él mismo deja escrito: “Cada pareje es un mundo”. Esa concepción (dice que kantiana) del matrimonio “como contrato para el uso mutuo de les órganes genitales”, o yendo más lejos, “como inmersión institucionalizada en la animalidad de le otre persone” me resulta la mar de prosaica. No me parece que el matrimonio pueda descansar únicamente “en la obligación de ser simpátique”. Si finalmente descansa sólo en eso, el desamor está servido.

Y es más bien el desamor el telón de fondo de muchos de los aforismos de esta segunda parte. Algunos son generalizaciones bastante arbitrarias que con gusto refutaría, por ejemplo el 48:

“Le matrimonie es una dinámica continua de pequeñas humillaciones en las que se va perdiendo el agradecimiento que le tenías a le otre persone. Y esto es lo más difícil de soportar en una relación –laboral, familiar, matrimonial, etc.–: las pequeñas humillaciones”.

Aun admitiendo que es imposible convivir durante mucho tiempo con una persona sin sufrir alguna pequeña –y no tan pequeña– humillación, puede ser que envejeciendo con una persona, conviviendo a gusto con ella, sabiendo mantener las distancias (sin cortar la flor para acercársela) no sólo no disminuya el agradecimiento que sientes por tu pareja, sino que aumente de forma muy sensible. Al menos, tal es mi experiencia, gracias a Dios.

Es conveniente y cierto que “estamos obligados a ocultar las heridas que nos han hecho les persones que amamos para, a nuestra vez, no herirles a elles exhibiéndolas” –tal es un don de generosidad y hasta de buena educación. Saber olvidar, saber perdonar: un super-don, que dirían los primitivos cristianos, tan olvidado él mismo como las virtudes de la espera.

Nada es tan destructivo de la común armonía en la convivencia de pareja como el rencor. Sin embargo, no hay por qué descargar contra el cónyuge el rencor contra la vida, así como los hijos lo descargan numerosas veces sobre los padres, pero hay que enseñarles a no hacerlo. Ni resulta jovial y sí más bien desoladora la visión antropológica del aforismo 94: “todes nosotres quedamos finalmente reducides a un amor frustrado ambulante”. Menos mal –gracias, Emilio– que el 96 y postrero apunta a la esperanza de un amor renovado: “Aunque tal vez sea necesario amar a alguien para amar la vida”. A fin de cuentas, el amor florece en cualquier estación y, la mayoría de las veces, incluso cuando menos se lo espera.

José Biedma

NOTAS

(1) Uso el término “pornografía” en su sentido antiguo, etimológico, griego, como descripción de la vida de la prostituta. La pornografía actual es un artificio instrumental y mercantil cuyo fin utilitario es excitar la libido. Por su instrumentalidad carece, por tanto, al menos por principio, de la condición artística, lúdica, que sí tiene, aunque no siempre, la filosofía. El arte puede ser obsceno sin ser pornográfico. Y la pornografía, ni siquiera a veces llega a ser obscena (v. infra etimología probable de obsceno), en cuanto no excita la imaginación sino que más bien la desilusiona.

(2) Etimología probable: ob (hacia) y scenus (escena), “fuera de escena”, es decir, cosas que no se muestran en la escena, pero uno imagina.


(3) En honor a la franqueza, he de decir que Emilio me ha recriminado esta observación, advirtiéndome  que aquello que el hombre tarda más en comprender, o sea que la mujer es lo mismo que él salvo por una inversión geométrica genital, la mujer lo coge a la primera. Y de ahí el error de los machistas, a quienes amonesta. Añado que disiento plenamente. Más bien estoy en esto con Nietzsche y con Julián Marías. Hay algo en el fondo de la humanidad, tan sexuado que forma parte de la estructura de la persona y que nunca llegamos a comprender del todo, ni el hombre en la mujer ni la mujer en el hombre. Como decía el dramaturgo: “la mujer es un hombre muy raro”. Y esta feliz diversidad es origen de la fascinación que sentimos por ellas, por lo  menos los heterosexuales…